Hacía ya mucho tiempo que no entraba a aquella casa, pero aún así recordaba su escencia como si estuviera viviendo en ella. Tenía unos dos años cuando pasé el mayor tiempo ahí, durmiendo, comiendo y viviendo en sus interiores. No fue sino hasta muchos años despues, ya de adolescente, cuando aquella experiencia comenzó.
Es una casa grande, muy muy antigua, que se rehusa a ser demolida, a ser vencida por el tiempo. Dejé de habitarla al año de vivir en ella, pero nunca la olvidé y siempre tenía la extraña sensación de que quería regresar a vivir ahí. Solo la visitaba frecuentemente porque otros familiares seguían habitándola, hasta que en aquella ocasión, se me cumplió quedarme a dormir ahí una vez más. Debido a que esos familiares que la habitaban saldrían de la ciudad por un tiempo considerable, acepté quedarme a vivir ahí para cuidarla en su ausencia.
A mis 14 años todavía veía esa casa muy imponente y enorme. Dos largos y anchos pasillos encuadraban un gran patio central, donde un viejo -estaba seguro que se encontraba ahí desde incluso antes que la casa fuera construída- pero lleno de vida árbol de naranjo marcaba el centro exacto de ese patio. En el pasillo de entrada a la casa están dos habitaciones de gran espacio y sobre el pasillo la sala de estar. Al fondo de la casa sobre el mismo pasillo estaba una pequeña cama que utilizaban para visitas ocasionales, justo antes del baño que a pesar de no ser el único, todos en aquella casa preferían. El segundo gran pasillo que conecta con el primero en forma de "L", mas largo aún, se conforma por otros dos cuartos, el comedor y la cocina hasta el fondo del pasillo. El pasillo de uso común, que pasa por fuera de los cuartos, era mucho más angosto que el pasillo de la sala de estar, por lo que siempre transitabamos por ahí de una sola persona a la vez, y la que yo suponía era la razón principal -pasillo angosto y muy largo- por la que nadie iba al baño que se encontraba justo al lado de la cocina, y para ir a la cocina o al comedor, era normal que llegaran cruzando los cuartos por dentro, y no pasando el pasillo por fuera.
Como era de esperarse, a pesar de que no todos los cuartos estaban ocupados, me asignaron la pequeña cama que está entre el cruce de los pasillos y el baño para dormir aquella vez. Nunca supe porqué no abrían y usaban aquellos grandes cuartos que nadie usaba, y a estas alturas a pesar de tener mas curiosidad que nunca, es cuando menos quiero saber.
Siempre ha sido una casa muy silenciosa, y por estar al aire libre en la zona de su patio central, el viento siempre ha soplado y andado por todos los rincones, por lo que nunca le había dado importancia a los ruidos nocturnos que siempre daba por hecho que era aquel viento que de por si invisible, menos se podía ver aquella noche de luna nueva. Había una oscuridad total, calculo que era entre la una y las tres de las madrugada cuando empecé a escuchar el naranjo crujir ante la insistencia del viento. No solo eran las hojas que se mecían, una vez despierto y alerta, podía escuchar como sus ramas tronaban. Era un árbol verde por fuera, pero parecía hueco por dentro por los silbidos que despedía cuando el viento se metía en él. Cayeron dos o tres naranjas al suelo y rodaron ayudadadas por el viento que no paraba de soplar. En ese momento supe que no era un viento cualquiera, podía sentirlo, era frío y fuerte. Tuve miedo, me tapé con la sábana que se ondulaba y dejaba pasar las corrientes de aire, totalmente enrrollado para poder conciliar el sueño de nuevo, no pensaba ni por asomo que aquella noche no dormiría en absoluto.
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