Llegaron cerca de media noche a su destino. Enrique estaba tan exaltado con la idea de ver de nuevo a su querida Michelle, que no había dormido en las casi 10 horas de camino y se sentía fresco y animado. Salieron del carro militar y entraron al único edificio que estaba en pie a la vista y que ahora parecía un monumento al queso Gruyère que tiene sus orígenes en esa nación europea. Dentro había mucho movimiento, se podían ver militares de distintos rangos dando y delegando órdenes, hasta que uno de ellos se acertó al pequeño convoy donde venía Enrique. –“Señor, al parecer la guerra está por terminar, están los representantes de ambos países platicando en este momento” –dijo un cabo dirigiéndose a un sargento que iba delante de Enrique. –“Perfecto, esas son buenas noticias, ahora por favor lleve al joven que viene detrás de mi con la señorita francesa” –le contestó el sargento mientras abría la carta que le acababan de entregar. -“¡Si señor!, .... por favor sígame, por este lado” –se dirigió el cabo a Enrique, y éste lo siguió por otro camino, dejando detrás al sargento y al doctor que le había salvado la vida.
Entraron en un pequeño cuarto donde había dos militares que parecían de muy alto rango, uno con uniforme francés y otro con uniforme mexicano, cada uno de un lado de la sala, y el francés pronunciando unas palabras a una una muchacha que estaba enmedio de él y el mexicano. Esa muchacha era Michelle, que no se había dado cuenta de la llegada de Enrique, y dirigiéndose al militar mexicano dijo: -“Dice que ellos lo que desean es unir las dos naciones, un Francia americano...” – “... y un México europeo” –la interrumpió Enrique. Michelle volteó a ver quien la había interrumpido en su traducción, y al ver a Enrique se quedó muda e inmóvil. Enrique no sabía si correr a abrazarla o esperar a que ella lo hiciera, y cuando se decidió por lo primero, también Michelle lo había hecho. Se abrazaron y lloraron, se besaron y sonrieron. Enrique y Michelle estaba en lo suyo, pero los dos militares de alto rango que estaban ahí, comprendieron el error tan grave que había sido la guerra, así de que se saludaron y acto seguido firmaron un acuerdo.
Michelle le contó a Enrique como temía que aquel extraño que había llegado a su casa un día sin esperarlo, de la misma manera se le fuera de su vida y por eso decidió olvidarlo, no arriesgarse a que sus temores se cumplieran. Cuando se dio cuenta de su error, no podía perdonarse y trataba de olvidar su existencia con el alcohol. Enrique perdonó a Michelle porque él mismo debió haberlo visto, debió darse cuenta de que no podía esperar todo de lo que parecía y ver la realidad que es más fuerte que cualquier amor de cuento. La guerra terminó, y como si fuera una sombra de la historia de Enrique y Michelle, ahora los dos países eran grandes aliados. Michelle y Enrique vivieron en paz y disfrutando de su pasión (el uno por el otro) en aquella colina que alguna vez se conocieron por primera vez y que también sería escenario de su monumento eterno, pues sus hijos los enterraron en aquel lugar, pero eso y su descendencia son historias tan comunes, que seguirán sin ser contadas.
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